Recientemente, la Agencia Espacial Europea publicó la tercera entrega de datos del satélite Gaia, un catálogo público que proporciona las posiciones y velocidades de más de mil millones de estrellas. Este es nuestro último intento de responder algunas de las preguntas más antiguas de la astronomía: ¿Cómo se distribuyen las estrellas (y las nebulosas) en el cielo? ¿Cuántos hay, qué tan lejos están y qué tan brillantes son? ¿Cambian de posición o de brillo? ¿Existen nuevas clases de objetos desconocidos para la ciencia?
Durante siglos, los astrónomos han intentado responder a estas preguntas y el trabajo ha sido laborioso y lento. No siempre era fácil registrar lo que podías ver a través de la lente de tu telescopio, si tenías la suerte de tener un telescopio.
Ahora imagine el surgimiento de una nueva técnica que, por el momento, ofreciera algunas de las ventajas de la tecnología detrás de los catálogos de Gaia. Podría registrar de forma automática e imparcial lo que ve, y cualquiera podría usarlo.
Esta técnica fue la fotografía.
Este artículo narra cómo la fotografía cambió la astronomía y cómo cientos de astrónomos formaron la primera colaboración científica internacional para crear la Carte du Ciel (literalmente, «Mapa del cielo»), un estudio fotográfico completo del cielo. Esta colaboración resultó en una lucha de un siglo para procesar miles de placas fotográficas tomadas durante décadas, con las posiciones de millones de estrellas medidas a mano para crear el catálogo más grande del cielo nocturno.
Desafortunadamente, el proyecto Carte du Ciel llegó en un momento en que nuestra capacidad para recopilar medidas del mundo natural no coincidía con nuestra capacidad para analizarlas. Y mientras el proyecto estaba en marcha, nuevos instrumentos permitieron estudiar procesos físicos en objetos celestes distantes, intentando distraer a los científicos de la investigación ofreciendo la posibilidad de crear nuevos modelos para explicar el mundo.
Para los astrónomos que trabajaban en el mapa estelar, aún no existía ningún modelo que pudiera resumir las posiciones de millones de estrellas en una teoría de la evolución de nuestra galaxia; más bien, los investigadores solo tenían la corazonada de que las técnicas fotográficas podrían ser útiles para cartografiar el mundo. Tenían razón, pero se necesitó casi un siglo y toda la carrera de muchos astrónomos para que su intuición diera frutos.
fotografía y astronomía
Fue el astrónomo y explorador François Arago, presidente del Observatorio de París, quien dio a conocer al mundo las técnicas fotográficas de Louis Daguerre. Daguerre, basándose en el trabajo de Nicéphore Niépce, descubrió cómo hacer imágenes permanentes en placas de metal.
Durante siglos, los astrónomos se esforzaron por registrar lo que vieron en el cielo nocturno con notas y bocetos dibujados a mano. Mirando a través de la óptica distorsionada de los primeros instrumentos, no siempre era fácil dibujar lo que se podía ver. Podrías «observar» cosas que no estaban allí en absoluto; esos canales y la vegetación de Marte que el pobre Schiaparelli sacó de su observatorio de Milán no eran más que una ilusión óptica, provocada en parte por la turbulenta atmósfera. Solo unos pocos astrónomos altamente capacitados, como Caroline y William Herschel, pudieron detectar instantáneamente una nueva estrella en una galaxia familiar: ¿la señal de un evento cataclísmico distante?
La fotografía podría cambiar todo eso. Arago comprendió de inmediato el inmenso potencial de esta técnica: las imágenes tomadas en las profundidades de la noche podían analizarse cómoda y cuantitativamente a la luz del día. Las medidas podrían ser precisas y podrían verificarse repetidamente.
Daguerre recibió una pensión y permitió que Arago revelara los detalles de su procedimiento, lo que provocó una explosión de estudios de retratos en París y en todo el mundo. Pero resultó que el método de Daguerre no era lo suficientemente sensible o práctico para capturar nada más que las estrellas más brillantes, el Sol o la Luna. La siguiente nueva tecnología de moda, las emulsiones de colodión de placa húmeda, no fue mucho mejor; las placas se secaron durante las largas exposiciones necesarias para capturar objetos astronómicos débiles.
Los astrónomos tuvieron que esperar 40 años, hasta la década de 1880, para que las placas fotográficas secas de alta sensibilidad estuvieran finalmente disponibles.